Arriving in Canada as a Government-Assisted Refugee

From Refugee to Advocate: Viviana’s Journey of Starting Over in Canada

Arriving in Canada as a government-assisted refugee, Viviana’s journey is one of profound transformation—from surviving violence in her home country to becoming a community advocate in Winnipeg. Her story sheds light on the invisible challenges of resettlement, the strength required to start again, and the gaps many newcomers face as they rebuild their lives.

It was the spring of 2010 when Viviana landed in Winnipeg with her mother and siblings, seeking safety after fleeing conflict. Their welcome was warm. They were provided with food, shelter, and basic necessities. But while their physical needs were met, another, deeper challenge emerged: the emotional toll of starting over in an unfamiliar land.

“We never lacked food or a bed,” Viviana recalls. “But the hardest part was adjusting emotionally. Canada gave us safety, but I had to start from scratch.”

Back home, she had worked from a young age to help support her family. In Canada, the message was different: slow down, focus on school, be a teenager. That disconnect forced her to reevaluate everything she thought she knew.

“I had to let go of who I was back home and learn who I could be here.”

Not long after settling, the family moved to Steinbach, where her mother found comfort in a Spanish-speaking church. It was there that Viviana met her partner, a temporary foreign worker. He had survived a serious illness, only to face deportation because he could no longer work. Their relationship soon became a shared struggle: not just for a future together, but for his right to stay in the country.

“That was when I saw another side of the immigrant experience,” Viviana says. “One that no one prepares you for. You’re not just starting over—you’re fighting to exist.”

Eventually, they relocated to Winnipeg in search of new opportunities. Viviana enrolled in a graphic design program, funded by student loans that covered tuition, but little else. Rent, food, transportation—all became daily battles. Even after graduating, months passed without a job in her field.

“There were days we didn’t even have bus fare,” she says. “You think a diploma will open doors, but it doesn’t always work like that.”

A turning point came through a friend, who connected her to a nonprofit. Working with causes like the Red Cross and Operation Smile reignited her passion and purpose.

“It reminded me why we came here. To help, to grow, to serve others.”

Today, Viviana and her husband are deeply involved in community work, often donating in their daughter’s name instead of celebrating with gifts. Their life is guided by a quiet philosophy rooted in faith: give back, live with dignity, and never forget where you came from.

Viviana’s story is just one of many untold narratives behind immigration headlines. It’s a testament to the strength of Canada’s refugee program—and a reminder of where it falls short. Access to mental health care, career-bridging supports, and culturally informed services remain critical gaps in the resettlement process.

“Canada opened the door,” Viviana says. “But walking through it—that’s up to us. We just need more hands reaching out along the way.”

En la primavera de 2010, Viviana llegó a Winnipeg junto a su madre y hermanos, huyendo de la violencia en su país de origen. Fueron recibidos con calidez y apoyo material, pero el verdadero desafío apenas comenzaba: adaptarse a un nuevo país, idioma y estilo de vida. 

“Nunca nos faltó comida ni una cama, pero lo más difícil fue adaptarnos emocionalmente. Canadá nos dio seguridad, pero yo tuve que comenzar desde cero.”

Aunque está agradecida por la acogida humanitaria de Canadá, Viviana describe el costo psicológico del desplazamiento como la verdadera batalla. En su país, había trabajado desde niña para ayudar a su familia. De repente, en Canadá, le dijeron que debía centrarse en ser una adolescente.

“Tuve que dejar atrás a la persona que era y descubrir quién podía llegar a ser aquí.”

Poco después de establecerse, su familia se mudó a Steinbach, donde su madre encontró una comunidad espiritual en una iglesia de habla hispana. Allí, Viviana conoció a su pareja: un trabajador extranjero temporal que había sobrevivido a una enfermedad grave pero que estuvo a punto de ser deportado al enfermarse y no poder trabajar. Juntos, comenzaron una larga lucha legal y emocional por la justicia.

“Ahí fue cuando vi otro lado de la experiencia migrante—uno para el que nadie te prepara. No solo estás empezando de nuevo; estás luchando por existir.”

Tras varios años difíciles, la pareja se trasladó a Winnipeg en busca de nuevas oportunidades. Viviana se inscribió en un programa de diseño gráfico, dependiendo de préstamos estudiantiles que solo cubrían la matrícula. La comida, el alquiler y el transporte eran una lucha diaria. A pesar de graduarse, enfrentó meses de desempleo en su campo.

“Hubo días en los que ni siquiera teníamos para el pasaje del autobús. Piensas que un diploma te abrirá puertas, pero no siempre es así.”

El punto de inflexión llegó cuando una amiga la recomendó a una organización sin fines de lucro. Trabajar junto a causas como la Cruz Roja y Operation Smile reavivó su sentido de propósito.

“Me recordó por qué vinimos aquí: para ayudar, crecer y servir a otros.”

Inspirados por su fe y formación, Viviana y su esposo ahora se dedican al trabajo comunitario, donando en nombre de su hija en lugar de celebrar con regalos. Sus vidas están guiadas por la generosidad, la resiliencia y la dignidad.

La historia de Viviana es solo una entre muchas que no aparecen en los titulares sobre inmigración. Su experiencia refleja tanto la fortaleza del sistema de refugiados canadiense como la necesidad urgente de un mejor apoyo para la integración, especialmente en salud mental, inserción laboral y servicios culturalmente sensibles.

“Canadá abrió la puerta. Pero cruzarla depende de nosotros. Necesitamos más manos que se extiendan en el camino.” 

– Yuliia Kovalenko, U Multicultural